martes, 18 de mayo de 2010

Pies


A veces lo más cotidiano y desapercibido se convierte en algo que explorar. Esta ocasión, como un bebé que comienza a descubrir partes de su cuerpo, reparo en los pies. En invierno es raro poder fijarse en los de los demás, es algo que llama la atención más bien en verano. Hay un amplio repertorio de pies: los hay con perfil griego, mayéstaticos como los romanos, pequeños, enormes, adornados e incluso, desnudos. Hoy por casualidad, (h)ojeando el periódico pude encontrar este anuncio: "Cojo de pie izquierdo busca a coja de pie derecho... Para montar en bicicleta". Cuanto menos es, curioso, y muy tierno, el hecho de unirse y compartir un sueño por muy imposible que parezca, al igual que estos cojos. ¿Quién diría que un cojo pudiese montar en bici? Pues sí, es posible, con la ayuda de otro y con muchas ganas de conseguirlo, porque no hay nada imposible, sino difícil. Entonces pienso quien no se ha sentido "cojo" alguna vez y la satisfacción, el regocijo, alegría (el sentir calorcito en el pecho y el sentirse "a gustito") al encontrar a alguien que encaja, porque el largo camino que tenemos es mejor hacerlo, vivirlo y soñarlo en compañía.

Tras leer este anuncio rápidamente recordé entre asombro y estupefacción, un relato con el que Aldo narró una noche de cuentos, una de tantas noches de miércoles universitarios y que de vez en cuando rememora en el local donde sigue contando. Se trataba de "Cosas de cojos" de Virgilio Piñera, autor cubano como él. La primera vez que lo escuché, me sorprendió. La segunda, me enamoró. Y ésta, la comparto con vosotros.


Cosas de cojos
"Los cojos, a pesar de su cojera, van y vienen por las calles. Hay cojos de una muleta y cojos de dos muletas, pero unos y otros apenas obtienen que el público repare distraídamente en su cojera. Podrían despertar mayor interés si se decidieran a marchar en bandadas exigiendo que se les devuelva la pierna perdida. Pero no, está visto que un cojo evita la compañía de otro cojo; no así los ciegos, que acostumbran acompañarse y meten ruido con sus bastones...
Sin embargo, a despecho de esta soledad y recato inherentes a la cojera, no hace mucho dos cojos estuvieron a dos dedos de encontrarse.
Uno de estos cojos (cojo de la pierta derecha) como tenía que comprar un zapato para su pierna buena, decidió apostarse -por suspuesto, con la mayor discreción- frente a una zapatería en espera de otro cojo que tuviera necesidad de un zapato para su pierna derecha.
Su razonamiento era excelente: ¿por qué iría a comprar dos zapatos si con uno le bastaba? Supongamos que esos zapatos costaran doscientos pesos: ¿por qué perder totalmente la mitad de esa suma? No hay duda de que los ojos tienen una lógica implacable.
Ahora bien, como la vida no es tan sencilla como parece, ocurre que ese cojo, que él aguardaba anhelosamente, había tenido su misma ocurrencia, pero, en cambio, no había escogido la misma zapatería.
Es proverbial la tenacidad de los cojos. Pasaban los años, el feliz encuentro nunca se producía, pero no por ello cejaban en su empeño. La multitud, que sólo tiene imaginación para escenas de sangre y de horror, imaginó que estos cojos eran nada menos que espías internacionales, pero como ellos sólo miraban melancólicamente los zapatos, no creyó necesario denunciarlos a la policía.
Sin embargo, no todo es rigor y drama en esta vida. Un buen día, dos cojas (no por avaricia, sino por malparada economía) tuvieron la misma idea que nuestros dos cojos, y quiso el azar que vinieran a postarse frente a las zapaterías donde estaban apostados desde hace años los cojos de nuestra historia.
Estos, al principio, las miraron con manifiesta indiferencia. Si un zapato de mujer no casa con uno de hombre, ¿qué papel pintaban allí esas cojas? Porque lo cierto es que la presencia de una coja junto a un cojo tiene justificación en cualquier parte, menos en una zapatería.
Pero la atracción de los sexos es poderosa. Un día, los cojos y las cojas acabaron por mirarse amorosamente, y apoyándose en sus muletas se estrecharon para escuchar el latido de sus corazones. Minutos después ambas parejas entraban en sus respectivas zapaterías, pues, ¿se ha visto alguna vez que un cojo y una coja marchen al altar con el zapato roto? " .


Virgilio Piñera

2 comentarios:

Marino Baler dijo...

Si que es curioso que un cojo pueda montar en bicicleta. La verdad que lo que para nosotros es algo muy sencillo (¿quién no sabe montar en bicicleta?) para otra persona es un mundo.
Me recuerda la novela de Robinson, para quién las cosas más cotidianas eran todo un descubrimiento.

Un besset.

Manuel Márquez dijo...

Curiosa reflexión, compa Palmira, y bonito relato. He de confesar que, en mi caso, y a diferencia de ciertos fetichistas que sienten especial fascinación por los pies, no me causan especial interés, ni los míos ni los ajenos, pero, en fin, ya se sabe, lo de los gustos y los colores...

Un fuerte abrazo y buen día