jueves, 20 de enero de 2011

Madame Butterfly

La ópera es uno de los géneros más sublimes para sentir, para empatizar con los personajes adentrándote bajo su piel, aún estando en el patio de butacas, vibrando emociones contenidas e incontenibles. Así ocurrió cuando ví por primera vez "Madame Butterfly". La historia es un gran drama: Pinkerto, un teniente de la armada americana, queda encaprichado de Madame Butterfly consiguiendo casarse con ella hasta que pueda hacerlo con una "verdadera" esposa, una americana. Butterfly, la ingenua geisha está totalmente enamorada de él, hasta tal punto que sacrifica su religión convirtiéndose al cristianismo; Pinkerton, sin embargo, acogiéndose a las leyes japonesas, se casará con ella bajo contrato de 999 años, pudiendo romper el contrato y abandonar a su esposa en cualquier momento. Al cabo de los tres años, Butterfly (y su hijo, fruto de la relación con Pinkerton) espera ansiosa el regreso de su esposo, de quien apenas tiene noticias por todo este tiempo. Inesperadamente, sus deseos se hacen realidad y él vuelve... Acompañado de su esposa americana y dispuesto a llevarse al niño. Butterfly, desolada, repudiada por los suyos, abandonada y rota, actuó tal como mandan los designios: "Que muera con honr quien ya no pueda vivir con honor", haciéndose el harakiri, con los gritos de Pinkerton llamándola de fondo.
Una tragedia en mayúsculas, adornada con música y voces insuperables, viviendo esos momentos con el estómago encogido y el corazón golpeando en el pecho queriendo salir... Siendo unas lágrimas, imparables, las que se liberan.

La trama se desarrolla en Nagasaki, Japón, lugar con una cultura que siempre me ha atraído por su aparente delicadeza que celosamente guarda una fuerza y sabiduría arrolladora. Como la floración de la sakura (flor del cerezo). Como una ceremonia del té. Como una geisha. Las geishas, esas mujeres dedicadas al estudio de diversas artes para "entretener" al hombre, son erróneamente confundidas con prostitutas. Ellas no lo son. Se originaron como profesionales del entretenimiento; inicialmente la mayoría eran hombre. Mientras las cortesanas profesionales brindaban entretenimiento sexual, las geishas usaban sus habiloidades en distintas artes japonesas, música, baile y narración. Esta delicadeza y sensibilidad que concede la dedicación y difusión artística, se vuelve más notable al ver su estilo al maquillarse, de vestirse y de caminar. Parecen muñequitas que se romperán si se les trata con rudeza.

Siempre me han fascinado estas mujeres. Quizás porque de pequeña me llamaban "muñequita de porcelana" y decían que tenía pies de japonesita, o por mi delicadeza y una marcada sensibilidad hacia los pequeños detalles y todo aquellos aparentemente nimio, aquellas cosas escondidas llenas de gran belleza y esencia. O porque hay una geisha escondida en mí. Me encojo de hombros porque desconozco el motivo de este encanto nipón. Lo que sí sé, es el deseo de una bata, un kimono de seda con flores bordadas. Me encanta. Me subliman. Me enamoran. Porque son suaves, delicados y sensuales, para sentirlos en la piel como una caricia y, porque su forma recuerda a una mariposa.



1 comentario:

José Núñez de Cela dijo...

Hace mucho, mucho tiempo, pensaba que la Ópera era una buena partitura musical estropeada por una señora gorda cantando (Forges dixit) hasta que presencié en la Arena de Verona una representación de Madame Buterfly.
Aquello fue como la caída del caballo de San Pablo y me enamoré de aquella música y de todo lo que la envuelve. El Aria de M. Buterfly me ha acompañado desde entonces y no puedo reprimir la carne de gallina cuando la escucho, sobre todo en interpretaciones como la que has colgado.
El problema de la Ópera es la idoneidad del marco y es muy difícil ver buena ópera en España, fuera de Madrid o Barcelona. Siempre que viajo a alguna ciudad europea intento ver alguna representación, (Viena, Berlin, otra vez Verona) y nunca he salido decepcionado.

Un saludo!